Capítulo 1: Punto final

por | Ago 16, 2023 | Relatos

Suicida

Respiré hondo.

El aire, frío en aquella época del año, entró en mis pulmones y me heló por dentro.

Traté de no mirar hacia abajo; las piernas me temblaban y tenía la seguridad de saber que, si daba un paso hacia adelante, se acabaría todo.

Cerré los ojos y volví a inspirar. Decenas de murmullos se oían no muy lejos y las primeras sirenas acercándose eran cada vez más evidentes.

Alguien gritó, pero no conseguí entender lo que decía. Quizá estuviera demasiado alto o puede que mi cerebro hubiera entrado en modo ahorro, buscando centralizar toda la energía en el área encargada de razonar con uno mismo, como medida desesperada, antes de que no hubiera vuelta atrás.

Un susurro atravesó mi oído y por poco perdí el equilibrio. El corazón me latía sin control; podía sentir el bombeo de la sangre mientras esta recorría todo mi cuerpo.

«No lo hagas».

Reconocí la voz al momento; era inconfundible y, por un segundo, dudé.

Vivía encerrado y casi no salía de casa; con una autoestima por los suelos y sin la certeza de qué me depararía el futuro si continuaba por aquel sinuoso camino. En el peor momento, y sin previo aviso, él apareció y me dio la libertad que necesitaba. Salía con más frecuencia; íbamos al cine, a cenar fuera, quedábamos con sus amigos, veíamos Netflix…

¿Estaba enamorado? Quizá. Nunca lo había experimentado y dudaba de si aquello que sentía podría incluirse en una categoría del romanticismo o, simplemente, era algo pasajero; eso sí, la atracción fue instantánea.

Volví en mí. Alguien me hablaba utilizando un megáfono o algo por el estilo. Supuse que decía «¡espera! ¡no saltes! ¡ya vamos!». A aquella distancia, y con el viento golpeándome la cara, las palabras eran esparcidas hacia múltiples direcciones.

«Respira». La voz, de nuevo. No tenía claro si era mi subconsciente o, en realidad, él estaba intentando contactar conmigo de la forma más surrealista posible.

Lo vi allí plantado, en el vacío, observándome y sonriendo; esa sonrisa perfecta y tierna. Una lágrima comenzó a recorrer mi mejilla. El intersticio entre ambos me abrumó; casi lo tenía encima y su recuerdo me dolía, y mucho.

Escuché una voz detrás de mí; más nítida, más… humana.

            —Eres Mario, ¿no? —dijo muy despacio. No me giré para verla, pero sentí sus palabras cada vez más cerca de mí. —Me llamo Ana, ¿podemos hablar?—.

No tenía más que decir.

Un grito.

Nada.

Escrito por Jorge

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