Estaba yo, tan tranquilo, en el trabajo, haciendo mis cosas, cuando una compañera me envía el enlace de la noticia de El Confidencial que os adjunto en la publicación.
El titular no me sorprende, pero la oratoria que lo acompaña me hace enmudecer.
Y es que, el periodista y escritor del artículo, presa del pánico porque sus obras no se recomienden entre lectores, ha tildado su columna de opinión como: «Contra los clubs de lectura: La lectura en soledad es hoy, como han señalado diversos críticos y pensadores, un acto revolucionario.»
Y es que, según lo explicado ya en el primer párrafo, los clubs de lectura son una degeneración periódica del acto de leer.
Si el señor Olmos llega a ver estas humildes palabras, y no se quede con la duda de quién es el que las escribe, utilizaré la definición que él mismo aplica a los fundadores de los clubs de lectura: en efecto, soy un «pequeño» dictador comunista. Es decir, impongo lecturas allá donde voy y nadie tiene opción de leer otra cosa durante un determinado periodo de tiempo; ¡y cuidado con que me entere de que se acompaña nuestra lectura con otra alternativa!
Como bien ha quedado claro, no solo gestiono solo uno, sino ¡dos clubs de lectura! Tengo la suerte de haber fundado uno en mi lugar de trabajo; y otro en la ciudad de Barcelona, donde resido.
Pero volvamos al texto: alguien que lee el mismo libro que los demás carece de criterio. Es decir que, si nos juntamos un pequeño grupo a leer, qué os diría, El Quijote, para tratar de arañar cualquier tono, cualquier esbozo de genialidad por parte de Cervantes, cualquier matiz que yo no he visto, pero otro sí… entonces carecemos de criterio. Pues, como dice el autor de este artículo, la lectura es soledad y debemos guardarnos la opinión para nosotros mismos ¡y cuidado con recomendar libros a otras personas! El boca a oreja, para el señor Olmo, está prohibido, o caeremos en la inventada, pero no menos importante, espiral del best seller.
No quiero alargarme mucho más, pero sí haré un apunte de todos los beneficios que aporta un club de lectura y que nueve de cada diez libreros recomiendan (y el décimo también, qué narices). El señor Olmo, creo, solo atiende a los habituados a leer, pero ¿y qué pasa con los que no leen? ¿qué pasa con los que no han tenido un apoyo externo que los haya animado a leer?
Cogiendo como ejemplo los clubs que gestiono, muchos integrantes llevaban años sin leer y, ¡vaya! han recuperado el hábito por la lectura gracias a conocer otras personas con el mismo interés que ellos.
Lectores solitarios, en una ciudad tan grande como Barcelona, se sentían solos por no poder compartir una afición como esta. Porque leer es soledad, pero intercambiar opiniones sobre una lectura es mejor hacerlo en compañía (con tu familia, con tus amigos, con tus compañeros de trabajo, o con cualquiera que veas sentado en un café). Y desgranar un capítulo, donde uno ve una cosa y otro ve otra es una genialidad, porque nos apoyamos unos a otros y damos aún más sentido a lo que leemos.
En un mundo globalizado, no es bueno ver las redes sociales como un enemigo. Las editoriales son empresas que deben ganar dinero y los escritores, lo mismo. Que un autor participe en un club de lectura aporta aún más valor al lector. Y que las editoriales organicen estos encuentros nos acercan mucho más a personas que tenemos en gran estima.
Y, terminando con el tema que ha salido en otros medios recientemente: un falso rotundo a la sola participación de determinados grupos de personas. Al menos en los que yo gestiono, la variedad de género y edad aporta una gran diversidad y conocimiento a cada una de las reuniones que tenemos.
Los clubs de lectura, en definitiva, son, y nada más, un lugar de encuentro, con amigos, para disfrutar de la soledad ya vivida.
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