Ira

por | Jul 21, 2021 | Relatos | 0 Comentarios

ira

Y fue en ese preciso instante, mientras Manu conducía por la amplia avenida, cuando vio al hombre que destrozó su vida en cuestión de segundos.

No habían pasado ni cinco años desde aquel fatídico accidente de coche donde él, sus padres y su hermana pequeña viajaban rumbo a Barcelona para celebrar el décimo cumpleaños de la pequeña. Aún recordaba cómo la espesa niebla cubría, aquel día, parte de la angosta carretera, vieja y quebradiza, donde era complicado ver o siquiera, vislumbrar, qué o quién podía aparecer por sorpresa delante o detrás de los viajeros. La humedad era latente y el parabrisas se movía despacio mientras el conductor, un hombre corpulento, giraba el volante de forma prudente y con los cinco sentidos puestos en el camino. A su lado, una mujer de su misma edad observaba el poco paisaje que la cortina blanca la dejaba ver, suspirando lentamente, mientras sus pensamientos volaban fuera de allí y conseguían alcanzar las nubes para descubrir un firmamento cargado de brillantes estrellas. En la parte de atrás, una niña, la hija de ambos, dormía sin ser consciente de lo que en ese instante ocurría en el exterior; a su lado, un joven muchacho, diez o quince años mayor que ella, jugaba con el móvil sin prestar atención a los comentarios de su padre o a las voces entrecortadas provenientes de las emisoras de radio. La acción de separar la vista de la pantalla se produjo cuando un fuerte pitido se escuchó justo en frente de ellos y una luz cegadora los envolvió, eliminando el resto de visibilidad que les quedaba.

Manu intentó apartar, sin éxito, aquellos pensamientos; avanzó unos metros, antes de que el semáforo tornara en rojo, y se quedó parado, petrificado, como una estatua. Su mente trataba de rememorar lo sucedido aquel día, pero los recuerdos eran borrosos: imágenes sueltas, voces y palabras inconexas, un olor muy fuerte a gasoil y a algún tipo de material quemado; y, sobre todo, el dolor punzante que sentía en su cabeza y en diferentes partes del cuerpo. Lo único que recordaba con claridad era la figura, inerte, de su hermana, cuyos párpados habían quedado cerrados, aún con el impacto, y cuyos sueños, para una vida larga y plena, se observaban disueltos a lo largo del ardiente asfalto. En el mismo escenario, un hombre se arrastraba por el suelo tratando de salvar su vida.

El chico apretó los puños durante unos segundos mientras sus ojos seguían de forma constante el movimiento de tres seres humanos que cruzaban el paso para peatones: una mujer que empujaba un carrito de bebé, un niño de unos cinco años o menos, y un varón con una extraña cicatriz en el rostro que le provocaba un profundo malestar y descontrol. La mente de Manu se nubló por completo. Sus pensamientos se focalizaron en su propio clan, al que ya no volvería a ver. Los puños seguían en la misma posición y su mirada ya no observaba a una familia feliz sino a un grupo de extraños cuya existencia le era indiferente. El motor de su vehículo rugió de repente y el hombre se giró hacia Manu esbozando una banal sonrisa. Ambos intercambiaron miradas. A los pocos segundos, una luz cegadora lo cubrió todo. Un grito.

Escrito por Jorge

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